UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

jueves, 28 de agosto de 2014

ENTRE EL CORAZON Y LA RAZON

Lo sabías, te lo estaba diciendo y ni caso. Anda que no te mostré veces, todas las señales que tú no has querido ver. Cabezón, que eres un cabezón, buscas con los ojos cerrados y crees que los cactus son flores aromáticas. Estuviste ahí, al pie del cañón. Le hiciste la vida fácil. Pintaste en su rostro esa sonrisa que te gustaba. Vigilaste las noches que no podía dormir y cantaste nanas de sueños y fantasías para que cerrara los ojos y durmiera. Tú de vez en cuando soltabas una lagrimita, pero pronto se pasaba el dolor y seguías.
Día tras día, hora tras hora, esperabas esas migajas que te reconfortaran. Siempre esperando migajas. Te conformas con poco y ni eso te dan. Pero tu sigues.
Te decía: " venga, ya suelta todo, ponte las tiritas y deja que cicatrice" Te puedo asegurar que estaba y estoy convencida de que llegaría eso que tanto anhelas. Deja ya de correr detrás de los sueños, de las fantasías, de ese mundo que te has fabricado a medida.
Sal, corre, vive, pero estate tranquilo, deja que la marabunda de los sentimientos pase y entonces sales. Sí ya sé que tú así no sabes vivir, pero conviene aunque solo sea por preservar tu integridad y tu salud. Qué loco, que manera de correr tras el infortunio por unas migajas de cariño. No merece la pena. Hazme caso, sé de lo que te hablo. A mí no me hieren, lo ves?. Soy fría y objetiva. Donde no se gana, no se está. Qué consigues con entregarte a quién no te quiere, no te merece. Huye, huye de todo eso y estarás a salvo. Muerto, puede ser, pero a salvo.
Pobre corazón, hazle caso a la razón

SON LAS CINCO DE LA TARDE

Son las cinco de la tarde. Las cinco. Pero no era una tarde como esa de Federico García Lorca, no. Era una tarde de verano, el calor del asfalto se sumaba al calor propio de la estación. En ese lado de la acera del paseo, los edificios aportaban la sombra necesaria para que pareciese menor el calor. Esas cosas que nos empeñamos en sentir, cuando no son realidad, porque la realidad nos agobia, como ese calor precisamente.
Las terrazas de las cafeterías estaban desiertas todavía. En pleno mes de agosto, a las cinco de la tarde, el paseo era una vena o una arteria donde la sangre no fluía. Cerca del paso para cruzar al otro lado, en un banco cuatro personas, cada uno ensimismados en sus propios pensamiento dejan pasar las horas. Poco a poco se va viendo más movimiento. En el banco siguen en sus mundos, alguno levanta la cabeza y mira la gente que empieza a pasear, a salir, valiente ante el calor del ambiente y el asfalto. Nadie se preocupa del de al lado. Compañeros de banco, pero no de vida. En una de los lados, la figura de una mujer vestida rigurosamente de negro. Vestido negro, medias negras, zapatos negros. El pelo blanco, en contraste, ondulado, como si el tiempo se hubiera detenido y perteneciese a otra década, a otro momento. Abrazada al bolso como si quisiera proteger su más preciado tesoro, sus cosas más intimas, sus recuerdos. En las manos una revista de esas donde se nos muestran vidas perfectas, cuerpos perfectos, casas perfectas, sonrisas perfectas. Tan perfecto todo que en el fondo sabemos que es una mentira, una perfecta mentira. Desde la hoja abierta, la sonrisa perfecta de la famosa de turno, al lado de su última conquista, haciéndonos creer que la vida es eso, dinero, papel cuché, sonrisas falsas, perfección falsa. Ella no lo ve. La cabeza ladeada casi tocando el hombro. Los ojos cerrados, la boca relajada en una especie de mueca que quiere parecer un comienzo de sonrisa. Envuelta en un sueño que no se sabe que duración pueda tener, cinco minutos, quizá diez o veinte o quién sabe, tal vez la eternidad.
Nadie se percata. Sus compañeros de banco siguen a lo suyo, en su mundo, de vez en cuando levantan la vista y miran. La gente pasa. Son las cinco de la tarde, de una tarde de verano, en un paseo cualquiera de una ciudad cualquiera. Ella duerme. Yo, la miro.

miércoles, 27 de agosto de 2014

CALLES

Me gustan las calles de fachadas multicolores. El contraste de las paredes con las ventanas. De las paredes entre ellas. De las ventanas consigo mismas.
Azules cerúleos, rosas chicle, amarillo limón, verde intenso, blanco inmaculado. Colores. Colores que dan a la calle una alegría que contagia, aunque en su interior las casas escondan tragedias, soledad, dolor y alguna risa de tarde en tarde.
Calles empinadas con esquinas inverosímiles, sin ruidos estridentes ni ajenos. Calles humanizadas donde la vida pasa con pasos cortos y se detiene a respirarse así misma.
Calles donde una pareja de enamorados cogidos de la mano se miran a los ojos en adelanto de lo que después vendrá.
Calles donde los niños juegan y corren y se oyen sus voces eclipsando el silencio. Calles donde los viejos se asoman a la ventana y miran, tal vez, pensando en otros tiempos, a esa pareja de enamorados que caminan lentamente, calle arriba, mirándose a los ojos.
Me gustan las casas cuyas fachadas dan su color a esa calle que cada día recupero un ratito para mí sola y paseo entre el murmullo del azul, del rosa, del blanco, del verde.....de la vida.