UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

martes, 19 de febrero de 2013

UN CAFE DIFERENTE

Hoy, como cada día y siguiendo la costumbre de muchos años, he comenzado mi jornada laboral tomándome un café negro y fuerte en el bar que hay al lado de mi trabajo. Curiosamente estaba vacío y yo iba sola, así que no sé muy bien porqué, me encontré a gusto con mi taza humeante delante y la música sonando suavemente.
La camarera me sonreía y al final me contó su problema, un pajarito había caído por la chimenea de extracción y se oía cómo aleteaba en un intento desesperado de salir de la trampa mortal donde había caído. No se atrevía abrir la campana extractora y me lo contaba, a lo mejor, con la esperanza de que yo la ayudara, pero tampoco soy muy amiga de coger pajaritos en mis manos, demasiado pequeñito y tierno ese cuerpecillo recubierto de plumas. El problema tenía difícil solución hasta que no llegara el dueño del bar, ya que ninguna de las dos nos atrevíamos a sacar al animalillo de su encierro. De corazón espero que llegue a tiempo la salvación y no lo saquen ya difunto.
Es curioso cómo las conversaciones van derivando a una cosa y a otra y me cuenta de los problemas que tiene con su casero, que ella paga sin falta todos los meses y no le es permitido el hacer o el tener o sencillamente vivir con un mínimo de libertad e intimidad en la que, por el derecho que le da el pago de su alquiler, es de momento su vivienda. Conozco de lo que me habla, sé de esos problemas en otras pieles, ella no es española. Empezamos a entendernos, ¿verdad?. Se les vigila de cerca, los vecinos son más intransigentes, cómo si por ser emigrantes, tuviéramos la obligación de enseñarles modales de convivencia, modales, que por cierto, cuando es entre nosotros relajamos muy mucho. Ya está aquí, ese rasero doble con el que medimos la vida.
Seguimos nuestra conversación mientras me sirve otra tacita de café, que seguro va a disparar mi sistema nervioso, pero reconozco que me llama mucho más hablar con ella, que sentarme delante de mi ordenador a revisar cifras y de paso atender un teléfono, que hace tiempo no da trabajo pero sí molesta mucho. Ahora el tema deriva al Papa, a los presidentes de gobierno, a los políticos y sus líos malversadores y fraudulentos, llegando a la conclusión de que todos tenemos algo de políticos y algo de perros callejeros. Que la gratitud no mira el partido político si no las actuaciones que nos permiten, en ocasiones, ser un poquito más felices.
Mis diez minutos del café diario pasan ya de veinte y no me importa el llegar tarde, tampoco el trabajo me estresa. Vuelve la conversación sobre las experiencias personales, del miedo que tiene cuando empieza en un trabajo nuevo que no ha realizado nunca y de cómo poco a poco va a prendiendo y se siente orgullosa de ella misma. Me pide disculpas, por cuarta vez, de que el primer día me pusiera el café en taza grande. No tengo que disculpar nada, el café siguió siendo café y a mí me produjo el mismo efecto. Nos reímos las dos del echo. A estas alturas hace tiempo que se me pasa por alto su deje foráneo al hablar y constato la cantidad de similitudes que tenemos las dos. ¿ Seré yo también emigrante y no me he percatado, en este sueño-realidad del día a día? No, sencillamente estamos dos seres humanos hablando de algo tan común cómo es el caminar hacía el futuro, la lucha diaria de la supervivencia, del aprender por obligación y a golpes.
Este café ha sido el mejor en mucho tiempo, A partir de hoy me propongo quitarme de los ojos y de los oídos las banderas que nos separan y mirar, escuchar y sentir con el corazón, porque, quién sabe si en un futuro la emigrante no seré yo o alguno de mis hijos. Esto me hace reflexionar. Ojala, a tí que lo estás leyendo, también.
Gracias, por ese café en taza grande.

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lunes, 11 de febrero de 2013

LA VIDA ES UN CARNAVAL

A los humanos nos gusta eso de por unas horas tomar la personalidad de otros, quién sabe si lo hacemos porque la nuestra no termina de convencernos, el caso es que este fin de semana he podido comprobar cómo los disfraces tomaban las calles y la gente se sentía mucho más desinhibida debajo de esa máscara que nos oculta el rostro, o ese disfraz que nos permite comportarnos con la libertad que desearíamos en todo momento y que esos frenos que hemos adquirido durante toda nuestra vida no permiten.
Es curioso cómo los adultos nos volvemos niños por unas horas y somos capaces de reirnos de nosotros mismos, donde a nadie le importa que le miren, que se rían de uno o sencillamente gozar de ese comportamiento espontáneo y libre que nos permite el " no ser " nosotros mismos, o sí. Nunca se está del todo seguro.
Fin de semana carnavalesco. Pelucas, vestimentas fuera de lugar, pero siempre apropiadas, donde lo fino y delicado se mezcla con lo grotesco en un baile de colores, risas y música. Los hay tradicionales, donde los personajes tienen esa representación entre mística, onírica y fálica, donde el renacimiento primaveral y la fertilidad están respresentadas en seres mitad hombre, mitad animal, todos ellos mezclados con otros de imaginación variopinta y que  lo hacen divertido e inovidable.
Estos días me han hecho pensar si realmente el carnaval dura sólo unos días al año o si, realmente, carnaval es todo el año y en estos días volvemos a ser nosotros mismos. Quién sabe.
Las máscaras ocultan no solamente el rostro. Los personajes son libres y trás terminar el festival vuelven otra vez a la carcel de lo cotidiano y de las normas que nos encarcelan . Por un momento somos eso que no nos atrevemos a ser, esa princesa en busca de su principe, esa pareja medieval en el mundo de las tecnologías más avanzadas, ese león, rey de la selva, que esconde la timidez y el miedo. Esa manada de abejas simpáticas que por un momento sueñan la ilusión de tener alas para volar y librarse de las cadenas que las oprimen. Cada uno intenta expresar lo que en su interior desearía ser y no es, porque no se atreve o sencillamente no quiere cambiar, por miedo o comodidad.
Hay en los personajes del carnaval toda una declaración de intenciones y es que, aunque no lo queramos, la vida es un carnaval.




martes, 5 de febrero de 2013

DIECIOCHO AÑOS.

A fuera la noche es fría. El reloj marca la una de la madrugada, me despierto por esa necesidad imperiosa que sentimos las embarazadas de aliviar la vejiga, dado el peso que soporta por la vida que portamos en nuestro interior. Yo estoy para salir de cuentas, pero todavía quedan algunos días, pocos ya.
Al salir del baño, siento cómo un líquido tibio recorre mis piernas, nada puedo hacer yo para parar ese río que termina formando un charco a mis piés. Las lágrimas acuden a mis ojos y un temor me invade. No, todavía no, aún no estoy preparada psiquicamente para el momento. Mi hijo quiere venir al mundo y a mí sólo se me ocurre temblar de miedo, como una niña asustada, y llorar. Me abrazo la enorme barriga  y a duras penas me sale la voz para llamar a su padre, que "cosa extraña" duerme tranquilamente ajeno a todo el maremagnun de sentimientos que estoy viviendo.
En el hospital me atienden rápido, eficientemente y con un cariño que en ese preciso momento se agradece hasta lo más profundo del alma. Todo se desarrolla con normalidad, el tiempo de diltación no es tan duro como en mi anterior experiencia, tal vez se deba a que estaba mejor preparada para este momento y sobre todo porque la charla amena y cariñosa de las enfermeras y la comadrona, hacen que mi mente no esté fija en esos dolores que te parten "los riñones" .
El cambio de turno se acerca y temo que se alarge por ese motivo un poco más, pero la voz decidida de la comadrona me saca de mi error. Mi hijo va a ncer antes de que ella termine el turno. Un poco más de velocidad al gotero y me encuentro ya de camino al paritorio.
No hay nada que alivie los dolores, el deseo de empujar es grande. Mi hijo quiere estar aquí a mi lado, no dentro de mí, y ayuda con su deseo a disipar mi miedo. Por primera vez los dos estamos en la misma misión, nos estrenamos en el acto de vernos, tocarnos, olernos. De querernos, no. Eso lo sentimos desde el primer momento de la concepción. Por nada del mundo querría yo perderme este momento doloroso, pero feliz, intensamente feliz.
Tengo a mi hijo en mis brazos, lo beso y lloro. Su cuerpo menudo, indefenso, tierno, descansa en mis brazos, es mi cuerpo el que sigue dándole calor y amor sin medida.
La primera separación se siente traumática.
- ¿ Por qué se lo llevan?
- Tranquila, no pasa nada, todo está bien. Lo pesamos, lo aseamos, lo ponemos guapo para la presentación oficial.
Imposible más guapo, para mí es lo más grande, lo más hermoso. Me hace reconciliarme con el mundo. Agradezco enormemente y desde lo más profundo de mi alma el echo de ser mujer, de ser portadora de vida. De poder vivir estos momentos.
Todo lo relatado sucedió el día de ayer, 4 de febrero de hace dieciocho años, y lo recuerdo cómo si hubiera sucedido hace sólo unas horas.
Felicidades, mi " pequeño "!! Infinitas gracias a la vida y a tí por estos dieciocho años. Te quiero.

viernes, 1 de febrero de 2013

UNA REFLEXION, UNA DECISION

Hoy luce un día de primavera, pero es invierno. Con la vida sucede algo parecido, estamos inmersos en los problemas del día a día, en nuestro afán de poseer, casa, coches, personas; pero de repente, un día es primavera y se nos abren los ojos, la razón, el corazón y nos damos cuenta de que con tanto poseer vamos perdido lo más importante, el paso de la vida, con sus momentos de risas, de sueños, de placeres, de preocupaciones compartidas y solitarias, de amaneceres nuevos y atardeceres de belleza insuperable y de sentimientos múltiples.
Recuerdas, ¿ cuando fue la última vez que jugaste, como un niño, con tus hijos, con tus nietos, con tus sobrinos y te diste cuenta de que eras feliz, de que sólo existió ese momento, de que tu cuerpo se resintió y se cansó, pero tu corazón brillaba de alegría, equilibrio y armonía ? o sencillamente te asomaste a la ventana y en ese momento sólo estaba en tus ojos y en tu mente esa luna redonda, contundente, blanca en un cielo oscuro y te enamoraste de esa imagen. Son dos pequeños ejemplos de lo que hace merecer vivir la vida a sorbitos pequeños, saboreando, cada minuto, pero puedo asegurarte que hay más, muchos más y que nos pasan rozando sin que seamos capaces de por un momento saber que están ahí. Demasiadas prisas, demasiados afanes, demasiada economía rota, demasiado consumismo, demasiada corrupción, demasiada información y muy poca vida.
En mis reflexiones, he pensado a menudo qué es lo que verdaderamente necesito para vivir de todo lo que tengo y me doy cuenta de que me sobran cosas que me están atando a una muerte en vida para poder mantener a ese monstruo del consumo, del tengo y por lo tanto soy. De repente he visto a mis hijos hacerse adultos, a mis nietos crecer día a día, a conocidos y amigos marcharse unos lejos, otros un poco más cerca, otros para no volver más. Me he perdido muchos momentos que ya no volverán y he ocupado el tiempo en mantener esas posesiones que me han llevado a tomar caminos equivocados.
Por suerte, todavía estoy a tiempo de no volver a caer en ese error. No quiero posesiones, no quiero informaciones que me manejen al antojo de unos cuantos que sólo quieren poder, no quiero vivir para trabajar y de paso mantener un sistema que no se sostiene en pie porque está basado en paja y humo, en desigualdad y sufrimiento. Si alguien quiere comer un trocito de algo, primorosamente emplatado y carísimo de la muerte y para lo cual ha tenido que hacer dos, tres horas extras, perdiéndose tal vez la mirada extasiada de un niño al ver brotar el agua de colores en una fuente del parque, allá él. Yo de momento, voy a preparar un bocata de tortilla y me voy al parque a tumbarme en la hierba a comérmelo y disfrutar de este día de primavera, aunque sea invierno. ¿ Me acompañas?