UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

domingo, 15 de diciembre de 2013

SUICIDIO VIRTUAL

Me dejé llevar por el impulso. Volví a releer los últimos twitts y cerré definitivamente mi cuenta en Twitter. Pensé que no sería capaz, pero lo hice. Seguidamente abrí mi cuenta de facebook. Leí comentarios y todo aquello que mis amigos y los amigos de mis amigos había publicado. Empezaba a sentir el sinsentido de todo esto. Nuevamente me dejé llevar por el instinto. No comenté nada. No dije nada. No publiqué nada. Sencillamente accedí al cierre de mi cuenta y le dí aceptar. Respiré hondo. Una cierta sensación de liviandad se empezó apoderar de mi. No sé por qué en otros momentos no había sido capaz de eso. Era como un suicidio virtual. Acababa de morir para el mundo de las redes sociales. Pero me sentía bien, y entonces, como si un extraño ser se hubiera apoderado de mí, cogí el teléfono móvil, lo miré con una ligera sonrisa en los labios y sin saber muy bien qué estaba haciendo lo apagué. Con calma, con mimo, como si fuera algo excesivamente delicado lo dejé encima del escritorio y me levanté de la silla, estirando todos mis músculos y mis huesos. Estirando mi mente y creo que hasta mi alma.

A través de la ventana miré detenidamente el paisaje, cotidiano, que ante mí se presentaba. La niebla cubría el firmamento, bajando tan a ras de suelo que con dificultad se podían ver los edificios del otro lado de la calle. Las luces de las farolas, encendidas, difícilmente se habrían paso hasta llegar al suelo. Un escalofrío me recorrió la espalda y froté mis brazos con energía.

Tomé el teléfono inalámbrico y el viejo listín de los teléfonos. Es curioso, hacía tiempo que no lo consultaba para nada, ni siquiera escribía en él. Con la agenda del móvil era más que suficiente, pero resulta que ahora ya no estaba activa, porque me negaba a ponerlo en funcionamiento. Me sentía tan libre, tan suelta, tan dueña y ama de mi tiempo, que no quería volver a los momentos del pasado más reciente.
Consulté el nombre de mis amistades y uno a uno, fuí llamando a aquellos que, presentía, podían estar más predispuestos a realizar una quedada imprevista. Evidentemente lo hice a los teléfonos fijos. De doce llamadas, tan sólo cinco me contestaron y aún tuve que porfiar para que abandonaran sus cómodos refugios y sus quehaceres en las redes de la información y de la amistad. A mi, eso me empezaba a sonar a algo raro, y tan sólo hacía una media hora que se había producido mi muerte virtual.

Fuimos más o menos puntuales y al final nos acomodamos en el fondo de una coqueta cafetería donde tan sólo estaban el camarero y un par de clientes, que afanados en sus móviles, miraron de soslayo al grupo que interrumpía con su conversación el silencio del local. Para cuando vino el camarero, solícito, a tomar nota del pedido, mi grupo ya se había despojado de las ropas de abrigo, guantes, bufandas y habían colocado sus móviles encima de la mesa. Reconozco, que ese gesto me molestó. Me sentía como los exfumadores con relación a los que todavía no han abandonado el hábito del tabaco. Les pedí que por favor, si no había inconveniente los retiraran a los bolsos y bolsillos. Me miraron como a un bicho raro y alguno hizo el chiste fácil, la gracia, sobre el asunto, pero ninguno me negó ese raro "capricho".
La conversación se fue animando, sin darnos cuenta la vida la teníamos puesta encima de la mesa, el tiempo se evaporaba con cierta rapidez y los móviles enmudecieron y quedaron olvidados en sus pequeños habitáculos. LLegamos a la conclusión de que había sido una buena idea, esa de salir, pese al frío, y juntarnos para charlar un rato,

Cuando volví a mi casa, estaba relajada, mi cabeza no registraba preocupación alguna. Abrí la puerta y el calor me recibió junto a mis dos gatos y a mi fiel perro, un mastín del pirineo que cuando nos encontrábamos en el pasillo, uno de los dos tenía que ceder el paso al otro, porque no cabíamos juntos. Me sentí bien conmigo misma. Me puse cómoda y miré, por unos segundos, el ordenador y mi móvil, apagados, encima de la mesa que me servía de escritorio. Pasé de ellos. Por primera vez, en mucho tiempo, tenía conciencia de quiénes eran mis verdaderos amigos, de quién me quería en su vida de verdad y de qué clase de noticias quería estar informada. Por primera vez en mucho tiempo, las horas con sus minutos y segundos me pertenecían y empezaban a alargar su duración.
Encendí el viejo aparato de música, las luces tenues de la habitación y la lámpara que había detrás del sillón de lectura. Tomé un libro al azar y dejé que la música nos envolviera. Mis fieles compañeros de vivienda se arremolinaron a mi alrededor y buscaron ese sitio cómodo y caliente donde dejar pasar el tiempo.
No sé si la muerte real será más o menos como esta otra muerte virtual que yo acababa de vivir, pero sé con certeza que no me arrepiento para nada de este "suicidio". Es más, lo recomiendo.