UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

lunes, 27 de enero de 2014

UN FONDO

A través de la ventana miro sin ver lo que hay en el exterior. Mi mente se ocupa de otros momentos, de otras vidas. Estoy varada en la orilla de un mar seco, muerto, petrificado. Sé que tengo que salir del sitio donde estoy metida. Que toda esta tranquilidad, anodina y mortecina no ayuda a poder sacar todo lo que tengo dentro y sin embargo no soy capaz de pegar ese grito que surge en mi interior, de poner mis piernas en el movimiento de la marcha y dejar atrás todo lo que está, si no muerto, en la agonía constante del final del camino.
El cielo cambia rápido, las nubes tan pronto cubren el mortecino sol como se hacen dueñas del techo estelar y todo se tiñe de tristeza y luces opacas. Estoy aquí sentada, asomada al cristal para ver un exterior que parece ajeno a mí y sé con absoluta certeza que la vida, el color, el movimiento, la ilusión y los sueños están ahi afuera. Seguirán estando siempre, para los demás tal vez, para mí y en este momento los siento tan lejanos.
Pienso que cuando llegue la primavera, yo también reverdeceré y entonces, entonces me atreveré a plantar cara a esas cadenas que permito me detengan en mis sueños, me enreden y me sujeten. Sé que estoy muerta, porque soy incapaz de vencer el miedo a lo desconocido. Llegará la primavera y tal vez yo siga mirando sin ver el exterior, la felicidad, las ilusiones, los sueños, pero tengo esa esperanza de que algo haga romper esta monotonía, esta lucha huera y vana y el cielo se volverá azul intenso y el sol brillará y el verde de las montañas de envolverá a la vez que un manto de olas me cubrirá para poder sentir lo que ahora me parece un paisaje sólo destinado a los demás.
En el fondo sólo espero que esto que estoy sintiendo sea sólo un mal sueño del que despertaré en breve momento.
P.I.

jueves, 16 de enero de 2014

ESCRIBIR PINTANDO

Estamos todavía en los primeros días del primer mes del nuevo año recién estrenado y siento un vacío que no es capaz de llenar las palabras escritas de los demás. Necesito mis palabras. Necesito mi fuente con estanque donde tirar con suavidad o con ira, con miedo, con valentía, como sea que toque las palabras que vayan surgiendo de esa historia que en un principio sólo está en mi mente y que nadará suavemente en la laguna del folio en blanco cuando pueda salir a través de mis manos.
Hace unos días, tuve que dejar los pinceles, porque no podía expresar en color y en dibujo lo que mi cabeza me dictaba, era sólo para ser escrito. Ahora que tengo ante mí la hoja en blanco, no me salen las palabras, sólo veo formas y colores. ¿Será que tendré que escribir los cuadros y pintar los folios?. Esto me descoloca.
Voy a probar a escribir en el lienzo la palabra amanecer y lo haré con pinceles naranjas y rojos, y dibujaré las formas de un cielo despejado donde se recortan las torres de la iglesia. Después cogeré el folio y pintaré en negro carbón las palabras, cielo, naranja, amarillo, torre, iglesia, amanecer y las manos cogidas de los amantes perdidos en el horizonte.

UNA DESILUSION

La tarde está húmeda y las nubes grisáceas cubren un cielo plomizo y triste. Ya van unos cuántos días sin que el sol ilumine y de vida a la dura faz del asfalto. La gente, camina, deprisa, mirando al suelo. Como si la vida no fuera también ese trayecto desde la partida hacia el destino marcado. El invierno puede ser desagradable y duro, pero en ocasiones se torna duro y doloroso. Parece como si el hecho de tomar una decisión con sol pudiera ser más o menos traumática.
Cruzo la calle raramente solitaria a estas primeras horas de la tarde y abro la puerta de acceso al inmueble. Este gesto banal, por cotidiano, ya no se volverá a repetir. Dejará de ser cotidiano en breves momentos. Entro como cada tarde. El olor de costumbre, me recibe. Todavía no está el portero en su garita, leyendo el libro de turno. Siempre me ha llamado la atención. Un portero que prefiere las historias de los libros a las vidas, idas y venidas de los vecinos de la casa y de la calle. Casi prefiero que no esté. Cojo el ascensor como si fuera alguien extraño y sin embargo lo llevo haciendo desde casi dos años. Pulso el botón del piso al que tarde trás tarde he acudido para dar forma a unos sueños, a una ilusión que murieron casi antes de nacer. Mejor dicho casi recién nacidos.
Introduzco la llave en la primera cerradura. Los anteriores ocupantes de la casa debian de ser muy cautelosos con la seguridad, ya que dejaron instaladas dos cerraduras y un cerrojo de buen tamaño en el interior. La puerta de la habitación que ocupo para intentar mejorar la vida de los demás, soy terapeuta, está entornada y en el interior se ven cajas amontonadas. Los de la mudanza han trabajado rápido. Por la mañana han empaquetado todo y ahora toca trasladarlo, llevarlo al rincón donde con más o menos desidia dormirán el sueño del abandono si no surge otra ilusión que lo remedie.
Suena el timbre, dejo de mirar sin ver y me dirijo despacio, como si los pies no quisieran llevarme, a abrir la puerta.
- Buenas tardes
- Buenas tardes. ¿Podemos cargarlo ya todo?
- Sí ,claro. Una vez cargado, yo les acompaño a donde hay que llevarlo.
- Muy bien.
Diligentes, cogen las dos cajas, tampoco había muchas cosas, y empiezan a bajarlo para amontonarlo en el patio y posteriormente, cargarlo en el pequeño furgón. Mis pertenencias son escasas. Es lo que tiene la decoración Zen, sólo lo necesario y espacios limpios y amplios.
Por fín, me quedo sola. El eco se hace dueño de la estancia y el vacío me llena a mí también. El dolor se hace patente y una sensación de abatimiento, de derrota se apodera de mí. No las puedo evitar, las lágrimas recorren mi rostro sin que haga nada para detenerlas. Todos tenían razón. Yo fuí la que iba contra corriente. La que soñó despierta con otros mundos, con otros momentos, con otras ilusiones. Y los demás me vencieron. Creo que es esto último lo que más me duele. Lo que me hace revelarme y gritar en silencio que nadie tiene derecho a cercenar mis sueños. Pero parece ser que la vida quiere para mí algo distinto. Tengo la sensación de que no he luchado bastante. De que me he rendido muy pronto. Tengo la sensación de estar hundiéndome en un pozo desde donde sólo seré capaz de sacar rencor y odio. No me gusta, no quiero. Por eso sé, que los sueños volverán, que la vida tendrá que aliarse conmigo. Que todavía me faltan muchas cosas por vivir y en estos momentos estoy muriendo.
P.I. (D.R.)

domingo, 12 de enero de 2014

LAS PRIMERAS PALABRAS DEL AÑO

Este año parecía que las palabras no querían salir de mi interior.  ¡Estaban tan cómodas!. Pero algo las ha hecho saltar, tal vez un cúmulo de situaciones, un cúmulo de otras palabras leídas, un cúmulo de noticias que me bombardean y que al final han conseguido saltar las barreras de protección que yo tenía colocadas.
Tantos cúmulos me han superado y debo soltar toda la rabia, el inconformismo,la desidencia y el desaborregamiento que empieza a nacer en mí.
Empezaré por decir alto y claro que somos una sociedad banal y fatua. Una sociedad donde el acomodo, el no esfuerzo, la envidia, el aparentar ser lo que no se es y sobre todo el vivir de cara a la galería están haciendo que hayamos perdido el verdadero sentido del ser humano.
A mi alrededor hay personas que unas enfermedades mentales ocasionadas por querer tener problemas inexistentes les están deshaciendo la vida. ¿Cómo se puede tener por verdadero problema el que fulanito o fulanita no me hace caso, o bien, el vaquero de cuando tenía cinco años menos no me entra?, por poner un simple ejemplo. Porque ejemplos de ese calibre los vemos todos, todos los días a poco que escuchemos o visitemos las redes sociales. Una sociedad en busca del mundo perfecto, en busca de la felicidad utópica, desde luego mirando a nuestro ombligo o para otro lado, pero sin ver lo que de verdad es el milagro de la subsistencia diaria.
No es necesario irnos al tercer mundo, o a las zonas en conflicto bélico, verdadera vergüenza del siglo XXI. Sólo necesitamos abrir los ojos a la realidad cercana y dejar que las banalidades de los "sálvames" de turno no nos llenen la cabeza de vidas ajenas, vacías y muchas veces motivadas por el bien económico de unas carteras que necesitan estar llenas para que sus dueños o dueñas no sientan la vaciedad en la que levitan.
No es necesario ir gritando que buscamos la felicidad, cuando realmente no la sabemos ni siquiera reconocer, porque la felicidad que buscamos está en el tener, cosas o personas. En la dura posesión y a poder ser, más que los demás. Dinero y poder, las grandes tragedias de algunos por el afán desmedido de otros. Los ladrones no son esos maleantes desarrapados, esa gente que intentamos excluir de todas las formas posible de nuestro lado. Hoy en día los ladrones son "gente honrada" , vestida de traje y corbata. Gente que llena restaurantes de estrellas michelin. Gente que se nos presenta como modelos de triunfo a imitar. Gente que nos sonríe y se nos acerca, cuando necesitan de nuestro beneplácito momentáneo para seguir con su lucro. Gente que, si fuéramos con los ojos más biertos, renegaríamos de ellos y de sus vidas cómodas y de colorines.
Cada uno sabe qué es su felicidad, pero desde luego nunca será felicidad si es a costa de acaparar material, perdiendo el sentido de lo espiritual.
Entiendo que el mero hecho de poder llenar un plato de comida, dignamente, de poder pagar la casa que nos cobija y tener lo necesario para cubrir nuestra desnudez, ya es motivo de sonreir. Si a eso le añadimos personas que nos quieran por nosotros mismos, como somos, física y moralmente, tal vez, podamos ir perfilando lo que es ese sentimiento que tanto buscamos.
Entre tanto, siempre nos quedarán los prozac y sustancias afines que adormecerán nuestra mente. Siempre nos quedarán esos seudopsicólogos de pandereta que nos ayudarán a pasar el trance y que de paso nos llevarán a su terreno, tan vacío como el que pretendemos dejar, o esas redes sociales donde ser lo que no somos para que nos digan lo maravillosos que somos y la cantidad de "amigos" que tenemos.
En fín, que cada uno busque, de verdad, donde encontrar esa paz en este mundo acomodado y de pandereta que nos ha tocado vivir. Por mi parte, creo, que he encontrado esos momentos en los que vivir vale la pena, precisamente cuando he dejado de buscar fuegos fatuos y de artificio.
No quiero que mi cuerpo maduro sea como el de una adolescente. No quiero tener a mi lado personas que sólo vean lo exterior. No quiero tener más de lo que necesito, porqué así he encontrado el verdadero bienestar y se acerca en silencio la felicidad.