UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

miércoles, 24 de diciembre de 2014

NOCHEBUENA

El día ha amanecido con niebla, triste y desapacible. El invierno ha llegado, le ha costado, pero ya se deja notar su ambiente frío. Miro por la ventana, y los árboles me muestran la desnudez que ha propiciado la caída de, en otro momento no muy lejano, sus verdes hojas. Muestran las ramas desnudas, fantasmales por culpa de esta niebla que se cuela dentro de los huesos, del ánimo, de la vida.
Me he levantado tarde. No tenía nada que me obligara a dejar la calidez del nido formado por las sábanas y el edredón de suaves plumas. Aunque todavía vivo en la que siempre fué mi casa, mi gran casa de cálidas escaleras de madera, el trabajo en ella se ha mermado mucho, las fuerzas ya no son las mismas y la necesidad tampoco. Hace mucho que no subo al último piso. La comodidad se impone y para mí sola con la primera planta es suficiente.
Descorro las cortinas, no para que entre el sol, lógicamente, pero sí para poder ver un poco el exterior, la vida, si es que la hay, de ahí afuera. Me siento en el sillón cercano al gran ventanal y recuerdo a mi madre, mi pobre madre, sentada cerca del balcón para poder ver mejor y quejándose siempre del frío que entraba por el marco de madera mal ajustada. Yo ahora hago lo mismo, tengo la misma edad que ella en esos momentos. Si viviera rondaría los cien años. Le faltaron muchos para eso.
Enciendo la televisión, no porque me interese lo que dicen, pero hace compañía. Se hacen tan largas las horas en la soledad que no se elije.
Hoy es Nochebuena. Recuerdo cuando en mi casa vivíamos todos, mi marido, mis hijos. Venían amigos y familiares a comer o a cenar, a pasar la tarde, a tomar un café, una cerveza. Había risas, alboroto, vida. Ahora hay silencio. Silencio que intento romper para que no se apoderen de mi mente los recuerdos y la nostalgia.
Nochebuena. Los nervios que se hacían para tener todo preparado para la cena, las compras de las viandas que formarían el menú, netamente tradicional, los regalos que con cariño y secretismo preparábamos. Bueno, mejor dicho, preparaba yo. Con el tiempo, cuando mis hijos se hicieron mayores y mientras la economía se lo permitió, también yo tenía pequeños obsequios que para mí resultaban ser lo más maravilloso, aunque reconozco que siempre fuimos más de la fiesta de Reyes. Nos juntábamos a la mesa, los abuelos, nosotros y mis niños, los hermanos mientras estuvieron solteros también nos acompañaban. Me gustaban las navidades, creo que conseguía contagiar la alegría y el entusiasmo que me producían. Siempre fuí unas niña para estas fiestas. Tenían algo especial. Luego, con el tiempo, todo se va complicando. Los niños crecen, se hacen adultos y forman su propia familia. Llegan los nietos, desparecen los padres. Las navidades cambian y nos vemos forzados a cambiar nuestra manera de vivir las. El ser humano se adapta a todo, aunque al principio cuesta, pero te adaptas. Las familias se hacen más complejas, hay más padres, más hermanos y la división llega. El primer año, cuando ves los huecos de los que no están, un nudo se te forma en la garganta y tienes que tirar de todas las armas posibles para no derrumbarte. La vida sigue.
Poco a poco, sin darme cuenta, he llegado al día de hoy, a esta Nochebuena en soledad. Los hijos tienen sus hijos, sus nietos, nuevas generaciones y ves pasar ante ti, otra vez, la película de tu vida. Los mismos actos, con otros actores.
Sigo sentada en el sillón cerca del ventanal. La televisión sigue con su cháchara que no escucho, la verdad es que no la oigo. La edad no perdona. La niebla no ha levantado en todo el día y ya a media tarde la noche se ha hecho dueña del momento. Bajo la persiana para que no entre el frío a través del cristal y corro las cortinas. El año pasado, todavía tuve fuerzas para poner unas pequeñas luces en el exterior. Este año he prescindido de ellas. Todo pasa y cambia. Debo aceptarlo. Enciendo la pequeña luz de la lámpara de lectura y me vuelvo a sentar en mi sillón favorito. Es cómodo. Los recuerdos no tardan en volver. Hoy es mal día para intentar echarlos fuera. Vuelven esas otras navidades, esos cambios de año, con mis hijos alrededor. Los echo de menos. Sé que ellos de momento están disfrutando de lo que yo en su día también pude disfrutar. Que dura es la soledad que no se desea. Están lejos. La vida, nos lleva y nos trae a su antojo. Las economías fluctúan y hay que salir a buscar el pan ahí donde esté.
Hoy debería de haberme cocinado algo especial, pero ya el cuerpo no está para excesos. Tal vez esta sea mi última Navidad. Quién sabe. Solo me permitiré un pequeño capricho, me comeré unas langostinos que me encantan y me beberé una cervecita, sin alcohol, claro. Así celebraré mi Nochebuena y me acostaré tempranito. El combustible está por los cielos y la pensión no da para muchos lujos.
Es Nochebuena. Cuánto silencio a mi alrededor y cuanto alboroto en mis recuerdos.