UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

viernes, 18 de noviembre de 2016

EL ARMARIO

Nunca se me había pasado por la cabeza, pero últimamente me encantan los armarios. Abrir un armario es cómo entrar en un mundo desconocido y mágico. Todas las cosas inertes que contienen son solo una barrera para que no se pueda ver a simple vista lo que de verdad son: puertas a un mundo mágico.
Ya sé que estáis pensando: Cuánto daño ha hecho la historia de Narnia. No es no digo que estéis faltos de razón, pero pensarlo bien; ¿por qué no soñar con cambiar de mundo con solo abrir un armario?
Salir de este mundo actual dónde el ser humano, parece ser que anda despistado, desnudo de valores, cargado de prejuicios y siempre ciego y aborregado, y entrar en un mundo propio, nuestro, dependiendo de cómo estemos anímicamente ese día.
Siento a mis hijos chillando, riñendo por cualquier nimiedad, el cuarto de los juegos es un campo de batalla de juguetes tirados, y el pasillo se ha hecho inaccesible desde hace unos minutos porque ellos lo han tomado también en esa batalla personal que tienen. Su padre, mira la televisión a la que le va subiendo el volumen en la misma relación que mis hijos suben el volumen de su voz. La mía la perdí en el último grito que dí con la tonta intención de poner un poco de paz y orden. He llegado del trabajo, con las bolsas de la compra que he hecho de camino a casa, me espera la lavadora, la cocina, los deberes y etc..etc... (Qué os voy a contar, que no sepáis ya) y entonces, justo entonces, lo mejor que sienta es: UN ARMARIO.
Un armario, cuya puerta nos de paso a ese mundo de paz y armonía que en ese momento necesitamos. Es entonces cuando aparto la ropa (de paso veo una camisa que creía haber perdido, ya que hace tiempo que la busco y no la encuentro) y entro en el armario, con los brazos extendidos para ir abriendo camino cuando de pronto, ahí está, el fondo del armario, la pared, inamovible, dura, que me corta el paso a ese mundo dónde quiero desaparecer, por lo menos por unos instantes (tampoco es pedir mucho) y en ese mismo instante me doy de bruces con la realidad y me siento mal, muy mal, cómo si estuviera haciendo la mayor tontería del mundo y de nuevo oigo el bullicio de mi casa y me entran unas ganas locas de llorar y de seguir en el interior del armario con la vana esperanza de que el fondo se abra y poder escapar a un mundo más humano, más dulce, menos frío.