UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

miércoles, 7 de febrero de 2018

UN DÍA DE CELEBRACION

Hace frío, la mañana es desapacible y no quiero dejar el calor y el refugio que las sábanas me ofrecen.
El reloj, inmisericorde, me recuerda machaconamente que el tiempo pasa más deprisa de lo que soy consciente y que debo comenzar la tarea rutinaria si quiero que todo esté listo para la hora indicada.
Hoy, es el cumpleaños de mi hijo menor. Él no esperó a que todo estuviera listo, a que yo estuviera lista, no; nació cuando quiso y desde entonces estoy a su disposición tiránica, como lo estoy de sus hermanos mayores. Es lo que tienen los hijos. Ellos marcan el ritmo de la vida materna. Ellos deciden cuándo vienen y cuándo abandonan el nido sin pensar si tú estás lista para el acontecimiento. Desde su concepción, marcan el ritmo de tu vida, la hacen suya y cada día que pasa pides que no corra tanto el tiempo, porque en el fondo de tu ser sabes que un día abrirán la puerta y volaran y tú quedarás ahí, esperando a que por migajas de tiempo regresen a tu lado.
Abro la ventana y el frío se cuela por toda la habitación, quitando las telarañas mentales que empezaban a instalarse y a paralizar todo movimiento. El día comienza. Comienza la maratón para celebrar que un día, mi chiquitín, sin previo aviso, tomó un pedacito de mi corazón y un gran bocado de mi existencia.
Repaso mentalmente, mientras desayuno, todas lo necesario para el evento. No quiero dejar nada al azar, aunque siempre estoy dispuesta a que el momento me sorprenda con algo con lo que no había contado. Es la sal y la pimienta de la existencia: esas cosas que no controlas y que hacen acto de presencia cuando menos lo esperas. Reconozco que al principio me ponen más que nerviosa, pero al final, nada es tan preocupante cómo parece al principio. Aún así, al final, termino soltando todo exceso de adrenalina en un mar de lágrimas que tienen ese efecto calmante rompiendo la tensión que atenaza con volar todo por los aires.
Suena el timbre, suspiro hondamente, y mis hijos mayores hacen acto de presencia. Besos, risas bromas. Todo lo anteriormente pensado desaparece, nada puede salir mal, ellos están conmigo. Ilusa.
Ellos llevan ya su vida, como la llevará no tardando mucho el homenajeado y entonces soy consciente de que yo hice lo mismo y de que seguramente mi madre, también pasó por esta especie de agonía que supone esta separación sin terminar de separarse del todo. Porque vuelven cuándo te necesitan o los invitas a comer, pero no están en esos momentos en los que necesitas de su fuerza, de sus abrazos, de su cariño; cuando recuerdo sus primeros años de vida dónde yo era el ser principal de su existencia, o eso creía yo, porque realmente nosotros mismos somos los principales de esta historia que se llama vida y así debe de ser aunque solo sea por pura sobrevivencia.
El día que comenzó con apatía, seguido de un delirante estrés de preparación, de las lágrimas calmantes ante el exceso de tareas contra tiempo y marea, de ser consciente de lo sola que estoy la mayor parte de las veces, de la ilusión del encuentro, de rísas, de momentos nostálgicos, de compartir, de intentar dejar en el recuerdo de los seres que más quiero un poso de cariño y de felicidad, ese día tan especial de veintitrés aniversario, ha llegado a su fin. El escenario es una muestra de la batalla que se ha vivido. El cuerpo está agotado, pero el alma; el alma está llena de felicidad y de agradecimiento.
Cierro la puerta con llave, miro a mi alrededor y veo el desorden, manchas en el suelo y todo por volver hacer. Apago las luces y con pasos cansinos me voy a la cama. Mañana será otro día.