UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

jueves, 11 de junio de 2020

ESTE JUNIO

Este es junio atípico, en lo meteorológico, en lo cotidiano y en esa rara normalidad que queremos aparentar, que queremos que sea, pero que no es.
Este junio lluvioso, poco caluroso en su principio y un tanto alterado por todo lo que está sucediendo. Esta pandemia que nadie esperaba a puesto a la humanidad patas arriba, a sus creencias y a su forma de vivir y relacionarse. Ahora soy consciente de que la soledad puede ser muy traicionera, muy amarga, muy dolorosa, pero también, en ocasiones, muy necesaria. Sobre todo cuando llega un momento en que la vida no se vive, simplemente pasa. Pasa, sin más.
Estoy escribiendo frente a la ventana abierta y noto como me envuelve el olor a tierra mojada, siento como cae la lluvia, a veces fuerte, con rabia, después mansamente. Echo de menos el ruido de los truenos, la inquietud de los relámpagos. Me gustan las tormentas. Hoy no es día de tormenta, es solo día para la lluvia y yo me siento a gusto. Sola, conmigo misma.En silencio.
Esta es esa soledad que no produce angustia, ni dolor; al contrario, es buena, es necesaria, pone las cosas, los pensamientos y los sentimientos en su sitio y me hace ver que todo el barullo externo me es ajeno a mí. No mentiría si dijera que cuarenta días de encierro se me han hecho cortos.

Este junio es extraño. Este mundo es extraño. este momento es extraño y sin embargo me siento bien, me siento plena, en paz, en calma. Ahora mi mundo está en orden. Lástima que la sociedad en la que estoy inmersa no me permitirá que dure mucho.

Sigo envuelta en ese olor a tierra mojada. Los verdes son brillantes por efecto de la lluvia y el silencio solo está roto por el piar de los pájaros. Es un momento idílico. Cierro los ojos y soy totalmente consciente de este ahora que me gustaría guardar en una cajita para poderlo saborear en los momentos en los que la vida normal y cotidiana me desborda.

Este es un junio atípico, extraño y yo me siento bien con él.

jueves, 2 de abril de 2020

HUBO UN TIEMPO

Hubo un tiempo en que deseaba quedarme en casa, pasar un día en pijama y dormir hasta tarde. Hubo un tiempo en que quedarme echada en el sofá dejando pasar las horas era un sueño difícil de realizar, incluso en vacaciones. Hubo un tiempo en que el silencio era un lujo, coches, gritos de niños, conversaciones ajenas que no me interesaban y sin embargo era imposible no enterarte en detalle del contenido. Realmente hubo un tiempo, pero era eso, otro tiempo, diferente, un tiempo que parece otra época, otra época de hace veinte días.
Sin embargo, ahora, mi deseo es ver pasar a alguien por la acera de enfrente de la ventana de mi cocina, aunque sea paseando al perro, pero ver a algún ser humano. Las calles parecen una mala película catastrófica, una película de esas que nos tienen tan acostumbrados la cinematografía americana dónde siempre Nueva York termina arrasada. Para colmo de males, el tiempo no ayuda. La primavera ha venido lluviosa, fría y destemplada. No queda ni el consuelo de asomarse a la ventana que con la excusa de aplaudir a todos aquellos que están al pie del cañón y que nos ayuda a ver que todavía en la casa de enfrente hay vida humana. Tal vez, esto ayude a menos virtualismo y a más abrazos de verdad, más cafés compartidos, más tertulias, más quedadas de amigos y familiares. Más darnos cuenta de lo que verdad es importante.
Esta situación dispara ese otro estrés producido por las malas noticias, porque suene el teléfono y te digan que alguien conocido o querido ha caído en las garras de este maldito virus, porque no soy conocedora de quien tiene la fortaleza suficiente para plantar le cara, ni yo misma sé si lo soy.
Me pregunto como un ser tan diminuto, tan poca cosa, tiene la fuerza para parar al ser humano, porque solo ha parado al ser humano, ese gran depredador de la naturaleza. Tal vez, la Madre Tierra nos esté dando una lección, nos esté poniendo en nuestro sitio y nos diga, con la zapatilla de madre en la mano, que ya vale, que nos estemos quietecitos y seamos buenos chicos, que la tenemos ya muy cansada, agotada ya de tanto batallar con nosotros, que le hemos salido un poco rebeldes.
Hubo un tiempo que busqué la soledad, tal vez ahora también la busque, pero solo por unos instantes, ya no quiero esta soledad impuesta, este ver al vecino desde la ventana y gritarle para saber que todavía está bien, para compartir unas canciones o tal vez una última copa nocturna, en la distancia. Porque hubo un tiempo que yo no sabía quién era mi vecino. Ahora hay un tiempo en que todos sabemos quienes son nuestros vecinos y nuestra gente.
Como enseñan las madres, y Gaia, Pachamama, Tierra, llamemos la como queramos, es una Madre, una Gran Madre y me temo que ha cogido la zapatilla en la mano, esa zapatilla que debió coger hace tiempo.
Espero salir de esta y poder invitar a mi vecino a esa copa nocturna o a ese café mañanero pero con mucha menos distancia entre nosotros.
Hubo un tiempo loco y espero haya un tiempo de reflexión y de cambio, de mucho cambio positivo.