UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

miércoles, 12 de junio de 2019

UN VIENTO ESPECIAL



                                                           
Desde que había llegado a esta parte del este español no había sentido en su piel otra sensación que no fuera el roce del viento en su piel. Ya llevaba instalada en la casa de la que fuera su madre adoptiva una semana y el viento no había cesado. A veces, las fuertes ráfagas de aire la había hecho tambalearse, no estaba acostumbrada y terminaba el día, siempre, de mal humor.
En el silencio de la noche lo oía colarse por las rendijas de puertas y ventanas y le producía una sensación de abandono y cierto temor que lograba calmar arrebujándose entre las sábanas y esperando que el sueño la venciera, con la esperanza de que a la mañana siguiente el maldito viento se parase y los rayos del sol que ya estaban altos caldearan sus doloridos huesos.

No sabía muy bien por qué terminó aceptando la invitación del vecino de su madre. Tal vez por ese sentimiento de deuda que tenía hacía él, ya que había sido la única persona que estuvo al tanto de la enfermedad que la consumió en poco tiempo y no la dejó hasta que fue enterrada como quería, como ella, había enterrado a sus padres, a su marido y a los tres hijos que parió y que no logró ver con vida más allá de los primeros tres años. Todos en tierra, con una sencilla cruz, todas igual, donde poner el nombre y dos fechas. Como ella solía decir: " El recuerdo se lleva siempre en el corazón".
Tres días más tarde del entierro, recibió en su casa de San Francisco, una carta donde le comunicaba el fallecimiento de la que fue su madre, una madre que no la parió pero que lo fue todo para ella.
Después de terminar la carrera, la vida la llevo lejos, a otro continente y empezó su vida lejos de aquel pueblo pequeño, lejos de esa mujer dura y sencilla que le enseñó las tradiciones de una tierra y de una gente que la acogieron como si uno de ellos se tratase.
Aunque las llamadas eran semanales y raro era el mes en que, las cartas tradicionales, las que expresan sentimientos, esperanzas y pocas ilusiones, escritas con letra tambaleante de quién ha escrito poco porque ha tenido que trabajar mucho desde la más temprana infancia, no cruzaban el ancho océano para acercar un poco, con la tibieza de los rayos del sol otoñales a madre e hija,  no pudieron evitar que la muerte llegara en la soledad de una casa desvencijada por el tiempo.
Cuando leyó que su madre había fallecido, una losa de orfandad cayó sobre ella y las lágrimas inundaron las horas y los días, hasta que pudo conseguir su mes de vacaciones y un pasaje para ese rincón de una España que nunca sintió lejos, gracias a las palabras de su madre, que no quiso contarle nunca la gravedad de su enfermedad, para no preocuparla, que ella sabía que se tenía que ir, y su hija seguir viviendo.

A la mañana siguiente, el viento había cesado. Al abrir la puerta y no sentir la ráfaga fría en su rostro se sintió extraña y un escalofrío recorrió su cuerpo. Sin saber a qué impulso obedecía y sin tenerlo en mente sus pasos la dirigieron al pequeño cementerio del pueblo. Pese a ser un poblado con pocos habitantes, el cementerio estaba cuidado y en alguna tumbas se notaba que el paso de una mano lleno de amor las había visitado, estaban limpias y con flores; sin embargo, algunas otras solo las visitaba el tiempo, el aire, el sol o la lluvia y la soledad total. Tumbas antiguas, de piedra oscura y ese moho verde que adorna las piedras. Se acercó despacio, todavía con esa sensación rara en la boca des estómago, abrió la puerta y en aire quedaron los chirridos de la cancela; la dejó abierta. Miró a un lado y otro y su vista se perdió hasta encontrar la tumba de su madre. Una hermoso centro de flores blancas y rojas descansaba a los pies de la tumba. Se extrañó, ya que ella no había pedido flores ni la había visitado anteriormente . Al acercarse vio que la tumba que había al lado tenía, en la misma posición, otro centro idéntico; no entendía nada. Se acercó a la sepultura y acarició la foto que recordaba los ojos soñadores de su antecesora, al hacerlo vio una nota en el interior del centro floral.
" A mi madre, con todo mi cariño". No entendía nada. Su madre no tenía hijos vivos que ella supiera, todos habían muerto en su infancia y ella era hija adoptiva. ¿De quién podía ser la nota?. Miró a su alrededor, pero estaba sola en todo el cementerio. Miro, curiosa, el centro de flores de la otra sepultura. También había una nota. "A mi padre, que nunca supo de mi existencia, con todo mi cariño". Nadie firmaba ninguna de las dos notas.

El viento volvió hacerse presente, aunque muy suavemente, casi como una brisa y en su mente iban sucediendo unas imágenes, detrás de otras. Unos recuerdos detrás de otros. El nudo del estómago seguía ahí, pero ya la sensación era mucho más liviana. Tendré que investigar de dónde han salido esas flores, quién las ha enviado o las ha puesto.- Se dijo.
Con paso decidió, salió del camposanto y cerro la verja con el consiguiente chirrido de las bisagras. Al volverse para retomar el camino de vuelta al pueblo, vio un coche negro, con los cristales tintados.
Tal vez, debería mirar quién es , preguntarle si tiene algo que ver con las flores. Sus pensamientos iban de un lado a otro con la velocidad del rayo. El viento comenzó a soplar más fuerte. Un hombre abrió la puerta del coche y descendió de él. Al verlo parado frente a ella lo entendió todo. Tenía un hermano al que siempre había considerado un vecino y en todos estos años el secreto de la infidelidad de su madre había quedado bien guardado. Una enfermedad desconocida que duró nueve meses. Unas visitas médicas a la capital que tuvieron a su madre lejos del pueblo durante quince días. Una tristeza en los ojos que ya nunca más se le iría. Una vecina que también adopto a un niño, porque no podía tener hijos. Un hijo que cuidaría de su propia madre, siempre en una lejana cercanía. Un secreto guardado que solo el viento, dos mujeres y un niño, conocían. Pacto de silencio que ahora se rompería.
Era una historia que tendrían que contarle ahora, no para juzgarla, si no para escuchar lo que el viento le decía..

lunes, 10 de junio de 2019

UNA INCONVENIENTE DESPEDIDA

                               PALABRAS DE UNA MADRE A SU HIJO

Y Dios dijo: Abandone el hombre a su padre y a su madre y coja a su mujer y forme con ella un hogar. Y el hombre así lo hizo.

Comprobé en mis carnes, lo que otras mujeres-madres sintieron en las suyas el día que mi hijo tomó las órdenes de Dios y tomando a su mujer formó un hogar con ella. Fue entonces cuando más claramente pasaron por mi mente las imágenes de mi hijo desde que nació, mis desvelos, mis preocupaciones, mis riñas, mis risas, mis lágrimas de felicidad, las veces que pasé las noches en vela preocupada por su salud, o por esos sueños inquietos y parlanchines. Las discusiones por la hora de llegar a casa, por el orden en tu habitación, por las notas del colegio. Las veces que me cogías por la espalda y me plantabas un beso en la mejilla. Nunca te dije lo mucho que te quería.

Sentí como, cogida de tu brazo y avanzando por la alfombra de la iglesia, en cada paso iba dejando trocitos de ese niño, de ese hijo que quiero hasta dolerme y te fui diciendo adiós, un adiós amargo, triste. Cuantas veces a esas lágrimas, por vergüenza, las tildamos de otras emociones más "convenientes".  No me embargaba más emoción que la tristeza. Las veces que me repetí, que de esto iba la vida. Que no eras mi hijo, si no el hijo de la vida y yo solamente el arco que, tensa la cuerda ,te dispara a tu destino.

En el día de nuestra despedida, lloré y no de alegría, bailé hasta la extenuación para ahogar el dolor que mi corazón sentía y vi como te alejabas para siempre. Dejaste de ser ese niño rubio, que en ocasiones confundieron en su época de bebe, con una niña. Dejaste de ser la criatura que miraba dormir y el corazón se me inundaba de amor y se esparcía por todos los poros de mi piel. Creciste, te enamoraste y te fui perdiendo.
El día de tu boda, te dije adiós. Sé que nadie aprobaría lo que te estoy diciendo y sin embargo la inmensa mayoría de las madres sé que me entenderán, aunque jamás lo reconocerán en público.

Se feliz. Porque tú te hagas feliz. Nadie, aunque no te lo creas, tiene tu felicidad en su mano. Pocas cosas  puedo darte ya, hijo mío. Lo que me queda, lo guardo para mí, en mis recuerdos y en mi corazón.
Hasta siempre, mi pequeño.