UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

lunes, 25 de abril de 2016

LA TORMENTA

Era de noche. Noche cerrada, oscura, sin luna que dejara ver las nubes que anunciaban con descarga toda la lluvia que llevaban. En el horizonte se veían serpentear, de tanto en tanto, los relámpagos que anunciaban la tormenta que no tardaría en llegar.
La casa, en la oscuridad, albergaba el sueño de una mujer junto a su hijo recién nacido. El silencio era dueño del momento y la tranquilidad aparente de las estancias no hacía presagiar nada que no fuera la espera del nuevo amanecer.
Un relámpago iluminó la habitación y el ruido ensordecedor del trueno anunció que la tormenta había llegado más rápido de lo esperado. La lluvia golpeaba con furia los cristales y una sucesión de relámpagos y truenos hizo que la mujer se removiera entre las sábanas. Su mano buscó algo o alguien, pero no encontró nada.
El sonido de los gritos y de golpes la hizo despertar, trayendo su consciencia al momento presente. Asustada se sentó en la cama al tiempo que la puerta de la habitación se abría con violencia. Un nuevo relámpago volvió a iluminar el escenario dónde pudo ver claramente cómo unos desconocidos se abalanzaban sobre ella. Sintió una mano que tapaba su boca, ahogando el grito desesperado que pugnaba por salir de su garganta. Unas manos zafias rebuscaban por debajo de su camisón. Oyó ruidos, golpes, palabras soeces y sobre todo sintió su carne rasgarse en dos. Se sintió violentada, forzada, ultrajada. Su mente se nubló y por un segundo oyó el llanto de un niño. Su hijo. Su pequeño. Se removió con las fuerzas de una leona herida, pero no pudo hacer nada. Estaba indefensa. Un peso muerto, moviéndose encima de ella, envistiendo cómo si la locura fuera lo único que podía albergar esa alma negra. De repente el llanto amargo cesó y la oscuridad lo envolvió todo.
El sol daba luz al nuevo amanecer. Los pájaros volvían al escándalo de cada mañana con sus trinos y una brisa fresca envolvía el día en sus primeras horas.
Sentía el cuerpo dolorido, los movimientos lentos y el dolor agudo que sintió al intentar incorporarse le trajeron a la mente todo el horror vivido durante esa noche que nunca debió existir. Recordó el relámpago que dejo ver por unos instantes una cara curtida, de barba mal afeitada. Un aliento acre, con olor a alcohol barato y poca higiene. La mano áspera sobre su boca, su cuerpo mancillado, pero sobre todo un llanto. El llanto amargo y estremecedor del ser de sus entrañas. De ese hijo recién nacido e indefenso que no pudo proteger. Se incorporó y el horror que vió hizo que un grito desgarrador saliera del fondo de su ser. La cuna manchada de sangre. Su hijo, su pequeño hijo, muerto, descuartizado cómo cordero y al final del pasillo tres hombres. Tres hombres borrachos hgasta el punto de que no oyeron ese grito que hizo temblar los cimientos de todo el pueblo.
En su locura, salió cómo pudo de la habitación y se dirigió, con la mente cegada por todo el desvarió que estaba viviendo, dónde su marido guardaba la escopeta de caza. La cogió, sin saber bien ni lo que hacía, ni lo que pensaba. Solo el dolor sordo en un corazón lleno de ira, de venganza, de sollozos, de muerte. Se colocó delante de los tres hombres. Las náuseas la invadieron y vomito encima de ellos. Preparó el arma y disparó los dos cartuchos, lo suficientemente cerca de los cuerpos, que saltaron por los aires un amasijo de carne, sangre y huesos. Después, salió hacia la calle dónde la esperaban, asustados y muertos de miedo los vecinos. Nadie se había enterado de nada de lo sucedido durante la trágica noche. Con la mente nublada y sin saber hacia dónde se dirigía, soltó el arma y permitió que los guardias la llevaran hacia la ambulancia.
Al entrar los policías en la casa, no pudieron soportar la visión de tanto horror y de tanta violencia.
Solo un grito desgarrador se oyó al cerrar la puerta de la ambulancia. Un grito que nadie olvidará en generaciones.

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