La noche es fría y
desapacible, la gente pasa deprisa, embutida en abrigos, gorros y bufandas, las
manos en los bolsillos, la inmensa mayoria, y sin mirar nada ni a nadie, y
sobre toda embutida en si misma en sus pensamientos, en su vida.
Todo es impersonal, la
soledad se hace mayor en las grandes ciudades, nadie se preocupa por nadie,
solo existen los propios problemas, lo demás es nada, cada uno se atiende a si
mismo, a lo más se escucha alguna conversación donde alguien esta saliendo muy
mal parado, la constumbre de ver en los demás nuestros propios defectos. Sin
embargo hay un amalgama de problemas compartidos, de ideas comunes que nos
hacen movernos en el mismo circulo.
La gran avenida está
profusamente iluminada, a las ramas desnudas de los árboles les han colocado
unas hojas extrañas, ajenas, luminosas, que los hacen mágicos y ayudan a ver el
duro paisaje de cemento y piedra de una manera especial. Pero la gente no se
para a ver el espectaculo, lo miran sin ver, pasan como pasan por la vida, de
puntillas, sin dejar que nada los aparte de sus propios pensamientos.
No quiero ser como todos
ellos, ahora me siento dueña de mi tiempo, de mis ideas, de mis emociones y de
la avenida iluminada con árboles mágicos. Me paro en medio de la ancha acera y
me quedo mirando todo con ojos nuevos, con esos ojos infantiles capaces de
asombrarse por las cosas mas sencillas, por los letreros luminosos, por los
escaparates, profusamente adornados, como si quisieran dotar al exterior de la
calided que carece y sobre todo me fijo en las personas que transitan a mi
lado. Algunos me esquivan, otros me miran fugazmente y seguro que ponen en duda
mis aptitudes mentales.- ¿que hace parada ahi enmedio?, ¿no sabe ponerse a un
lado y dejar pasar?-.Seguro que es lo que piensan. No me importa, eso también
me hace dibujar una sonrisa en mis labios. De pronto siento una sensación
extraña, como si alguien me llamara sin utilizar palabras, pero la estoy
oyendo. Giro sobre mi misma, esfuerzo mis ojos en ver de donde sale esa
sensación que siento, que me obliga a buscar a mi alrededor, esa voz muda. La
veo, agazapada en un portal, protegida por la semipenunbra de una puerta
medio abierta, despeinada, con las ropas sucias y algo rotas. Me mira con sus
ojos dulces, ojos infantiles, que sin embargo han visto mucho de la dureza de
la vida, y con una leve sonrisa en los labios, sonrisa timida, asustada. Me
dirijo a ella, la miro fijamente y mi sonrisa se amplia, aflora en mí un
sentimiento de protección, de ternura. Le brindo mi mano, cálida, que ella
tarda unos segundos en aceptar mientras me mira a los ojos con algo de
desconfianza. Cuando mi mano nota el contacto de la suya, la atraigo hacia mí,
despacio, dulcemente, me agacho para ponerme a su altura y acaricio su carita
sucia apartando un mechón de pelo. Es bonita, como una muñeca, tirada en un
rincón después de muchas horas de juego, con las ropas ajadas y deslucida.
Juntas, cogidas de la mano
nos dirijimos a una cafeteria cercana, la gente nos mira, vuelven a pensar que
estoy loca, pero me da igual. Ahora me percato de que hay un árbol, cuyas hojas
mágicas no lucian, pero que poco a poco van cogiendo luminosidad. La avenida
está preciosa con esos árboles mágicos. Entramos en la cafeteria y seguimos
cogidas de la mano, que bonita esta la avenida.........
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