Es curioso cómo los adultos nos volvemos niños por unas horas y somos capaces de reirnos de nosotros mismos, donde a nadie le importa que le miren, que se rían de uno o sencillamente gozar de ese comportamiento espontáneo y libre que nos permite el " no ser " nosotros mismos, o sí. Nunca se está del todo seguro.
Fin de semana carnavalesco. Pelucas, vestimentas fuera de lugar, pero siempre apropiadas, donde lo fino y delicado se mezcla con lo grotesco en un baile de colores, risas y música. Los hay tradicionales, donde los personajes tienen esa representación entre mística, onírica y fálica, donde el renacimiento primaveral y la fertilidad están respresentadas en seres mitad hombre, mitad animal, todos ellos mezclados con otros de imaginación variopinta y que lo hacen divertido e inovidable.
Estos días me han hecho pensar si realmente el carnaval dura sólo unos días al año o si, realmente, carnaval es todo el año y en estos días volvemos a ser nosotros mismos. Quién sabe.
Las máscaras ocultan no solamente el rostro. Los personajes son libres y trás terminar el festival vuelven otra vez a la carcel de lo cotidiano y de las normas que nos encarcelan . Por un momento somos eso que no nos atrevemos a ser, esa princesa en busca de su principe, esa pareja medieval en el mundo de las tecnologías más avanzadas, ese león, rey de la selva, que esconde la timidez y el miedo. Esa manada de abejas simpáticas que por un momento sueñan la ilusión de tener alas para volar y librarse de las cadenas que las oprimen. Cada uno intenta expresar lo que en su interior desearía ser y no es, porque no se atreve o sencillamente no quiere cambiar, por miedo o comodidad.
Hay en los personajes del carnaval toda una declaración de intenciones y es que, aunque no lo queramos, la vida es un carnaval.
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