UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

jueves, 28 de agosto de 2014

SON LAS CINCO DE LA TARDE

Son las cinco de la tarde. Las cinco. Pero no era una tarde como esa de Federico García Lorca, no. Era una tarde de verano, el calor del asfalto se sumaba al calor propio de la estación. En ese lado de la acera del paseo, los edificios aportaban la sombra necesaria para que pareciese menor el calor. Esas cosas que nos empeñamos en sentir, cuando no son realidad, porque la realidad nos agobia, como ese calor precisamente.
Las terrazas de las cafeterías estaban desiertas todavía. En pleno mes de agosto, a las cinco de la tarde, el paseo era una vena o una arteria donde la sangre no fluía. Cerca del paso para cruzar al otro lado, en un banco cuatro personas, cada uno ensimismados en sus propios pensamiento dejan pasar las horas. Poco a poco se va viendo más movimiento. En el banco siguen en sus mundos, alguno levanta la cabeza y mira la gente que empieza a pasear, a salir, valiente ante el calor del ambiente y el asfalto. Nadie se preocupa del de al lado. Compañeros de banco, pero no de vida. En una de los lados, la figura de una mujer vestida rigurosamente de negro. Vestido negro, medias negras, zapatos negros. El pelo blanco, en contraste, ondulado, como si el tiempo se hubiera detenido y perteneciese a otra década, a otro momento. Abrazada al bolso como si quisiera proteger su más preciado tesoro, sus cosas más intimas, sus recuerdos. En las manos una revista de esas donde se nos muestran vidas perfectas, cuerpos perfectos, casas perfectas, sonrisas perfectas. Tan perfecto todo que en el fondo sabemos que es una mentira, una perfecta mentira. Desde la hoja abierta, la sonrisa perfecta de la famosa de turno, al lado de su última conquista, haciéndonos creer que la vida es eso, dinero, papel cuché, sonrisas falsas, perfección falsa. Ella no lo ve. La cabeza ladeada casi tocando el hombro. Los ojos cerrados, la boca relajada en una especie de mueca que quiere parecer un comienzo de sonrisa. Envuelta en un sueño que no se sabe que duración pueda tener, cinco minutos, quizá diez o veinte o quién sabe, tal vez la eternidad.
Nadie se percata. Sus compañeros de banco siguen a lo suyo, en su mundo, de vez en cuando levantan la vista y miran. La gente pasa. Son las cinco de la tarde, de una tarde de verano, en un paseo cualquiera de una ciudad cualquiera. Ella duerme. Yo, la miro.

1 comentario:

  1. Adela Leonor Carabelli28 de agosto de 2014, 0:55

    Testigo de alguien aislado, sumido en su sueño o en su muerte. Gracias.

    ResponderEliminar