UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

viernes, 20 de septiembre de 2013

CERRAR RECUERDOS

La mañana ha amanecido fresca, son los primeros días de otoño y el camposanto se encontraba inmerso en ese silencio que solo los muertos son capaces de respetar. Es el tercer día consecutivo que vengo a mirar tu tumba y a recordar el tiempo que compartimos.
Es curioso, me enteré del por qué de tu silencio años más tarde. La vida siempre va dándote lo que le solicitas y yo le pedía tan insistentemente que al final me concedió el saber por qué me quede esperando una llamada que nunca llegó. Es lo que tiene la distancia y el solo tú, solo yo.
Recuerdo ahora unos versos de Becquer en los que dice: " Qué solos se quedan los muertos " y es cierto, porque miro este rectángulo de tierra donde reposa ese cuerpo que amé, que acaricié y que ahora encierra solamente la viudedad y el orfandad en la que me dejaste, rodeada de un silencio difícil de entender, de comprender y no encuentro la razón de que estés ahí. Sin embargo siento que ahora tu soledad es más que la mía.
Se cumplían dos años de espera, dos años de pensar qué podía haber sucedido. En el fondo temía lo peor, pero no quería que eso fuera cierto, prefería un cansancio, un hastío a que el no saber nada de ti fuera por algo irremediable. Por eso, tal vez, no había querido saber nada.
Llame a tu casa y una voz de mujer me contestó, cuando pregunté por ti, su silencio me indicó la extrañeza con la que recibió mi pregunta. - Mi padre falleció hace dos años. Me contestó y lo que yo tanto temía se hizo realidad, se materializó en segundos, rompiendo en añicos la caja donde en mi mente guarda todos tus recuerdos. En ese momento y casi mecánicamente solo pude decir un quedo " lo siento, no sabía" y pregunté qué te había sucedido y donde te habían enterrado o esparcido tus cenizas. Nunca hablamos de eso. Bueno, yo sí te dije en una ocasión lo que yo quería, pero me silenciaste con un beso y ya no dijimos más. Me contó que de camino a tu trabajo te sentiste mal, ese camino en el que me dijiste que me llamarías, y que tu corazón no aguantó hasta que te llevaron al hospital. Ahí termino tu vida, tus sueños, tus ilusiones, tus proyectos y comenzó el calvario de mi no saber, de esperarte, de tu silencio, de la nada.
Miro tu tumba, una y otra vez, cada día te dejo una rosa como esas que tú me regalabas en mi cumpleaños, el día de San Valentín o un día cualquiera porque, según me decías, era tu princesa. Quería ser tu reina, pero no lo logré. La lápida solo tiene tu nombre grabado y una fecha, la de tu muerte. En algún momento alguien, tus hijas tal vez, depositaron sobre ella un ramo de claveles y gladiolos que ahora yacen marchitos y que no me atrevo a quitar. Solo lo retire un poco para dejar mis rosas sobre tu corazón.
Los recuerdos me acechan mientras miro sin ver las letras de tu nombre. Recuerdas, al principio, cuando entrando en una solitaria iglesia, me besaste y muy bajito me dijiste: - Quiero que Dios sea testigo de este beso. Fué a partir de ahí cuando yo me sentí ligada a ti para siempre. Sé que te pertenecía, pero nunca estuve segura de tú me pertenecieras a mí. Tampoco le daba mucha importancia. Nos dimos una estabilidad que no teníamos ninguno de los dos, nos redescubrimos como personas y como amantes. Reímos y lloramos juntos, nos apoyamos y la distancia no fue un obstáculo para querernos.
Cuando me enteré de tu fallecimiento me faltó tiempo para, y aunque era la primera vez que salía de mi país sóla, coger el avión y darte un último adiós que me liberara de la angustia en la que estaba inmersa. Hoy es el último día que vengo a dejarte mi rosa, mis lágrimas y no te digo adión, si no un hasta luego, porque ahora ya siempre vivirás en mi recuerdo y en mi corazón el resto de mi vida.
Aquí delante de tu tumba, voy desgranando uno a uno esos recuerdos que he guardado siempre celosamente en mi memoria. Recuerdas, cuando llegabas y me abrazabas haciendo tuyo todo el relieve de mi cuerpo y me besabas en la comisura de los labios, diciendo muy bajito: - Como estás, Niña?. Yo aspiraba el perfume que emanabas y volvía asentir la sensación de estar en casa. Tu risa, tu forma de mirarme, de acariciarme, todas las sensaciones que durante estos años han sido difíciles de olvidar y de cerrar tras la puerta que deja muerta nuestra relación.
Te fuiste, ni siquiera te despediste y yo en mi ignorancia y por qué no decirlo, en mi temor te esperé.

Con el frío metido en los huesos, abandoné el camposanto, en el mismo momento que una mujer joven, con un ramito en las manos se acercaba por el otro lado de la calle que yo tomé para salir. Disimuladamente, me volví y ví que se paraba ante su tumba. No pude dejar de mirar lo que hacia. Con sumo cuidado, retiró el ramo seco que yo no me atreví a quitar y se quedó mirando largo rato las rosas que yo iba colocando cada día. Después con delicadeza las cogió, las unió a las que llevaba y las dejó todas juntas. Era una de sus hijas, se parecía tanto a él, que mi corazón dio un vuelco.
Por fín he cerrado esta página, por fín puedo dejarte en la caja de mis recuerdos.
Hasta siempre.

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