UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

sábado, 30 de noviembre de 2013

UN DIA CUALQUIERA

Eran las seis de la tarde, pero la noche hacía ya un tiempo que había cubierto las calles. El tiempo inclemente e invernal invitaba poco a salir a la calle, de hecho sólo los coches transitaban de vez en cuando por ella y alguien que con las manos en los bolsillos y encogidos, como si de esa manera evitaran escapar el poco calor que tenían, que se acercaba al supermercado que daba un poco de vida a aquella calle y a esa hora. Sólo la luz de sus escaparates y las de las farolas iluminaban y daban la sensación de algo de calor.
Tal vez por esa sensación más creada que real, en un rincón de la entrada al supermercado, protegido un poco de las inclemencias del tiempo, se hallaba Mauro. Arrodillado en el suelo, con la cara semi escondida y con la única compañía de Pucho, su fiel perro, tan lastimoso como él. Cada vez que sentía acercarse a alguien a la puerta, Mauro extendía la mano y pedía "por favor, algo que comer", algunas veces unos míseros céntimos caían, desganados en ella, la mayor parte de las veces, la gente miraba para otro lado y con sus manos en los bolsillos y una prisa muchas veces inventada, acallaban sus conciencias.
Mauro no sentía el frío de la misma manera. Él sabía perfectamente lo que era pasar frío. Frío de verdad, de ese que te cala los huesos, los tuétanos y hasta el alma. Ese frío que te deja la soledad más absoluta, si no hubiera sido porque Pucho lo siguió fiel y callado.
Hubo un tiempo en que lo había tenido todo. En ese tiempo él también acallo su conciencia cuando veía a alguien en una esquina pedir, o miraba para otro lado y sentía el fastidio de tener ocupado el cajero por algún bulto durmiente cuando iba a retirar dinero para seguir con su vida regalada.
Recuerda esos tiempos en los que vestía trajes elegantes, de buena factura. Su casa, con las comodidades que el dinero facilita. Siempre rodeado de amigos. ¡ Ah, los amigos. Esos que se llaman amigos!. Un coche de alta gama a la puerta y la vida sonriendo, siempre. Una mujer hermosa, siempre colgada de su brazo. Siempre mimosa y caprichosa. Una serpiente con hermoso cuerpo de mujer. Y de repente, un mal paso, un mal negocio, una mala decisión y ese sueño maravilloso, idílico. Esa vida fácil, llena de lucecitas brillantes y dorados fatuos. Esa vida desapareció. No lo quedo nada, bueno sí, le quedo Pucho, el único perro que no era de raza. Los otros dos se los llevo ella, con todo. Le quedó la calle para seguir sobreviviendo. Le quedó la realidad amarga de la desesperanza. Le quedo la noche y el día fríos en el alma.
Pero en esa soledad que da el no poseer nada. En esa tristeza que embarga los días cuando mira su realidad y recuerda ese sueño que ¡maldita sea! le dejaron vivir, todavía puede sentir una voz ronca, gastada y unas manos ásperas y sucias que toman de la suya y le dicen: - Ven, vayámonos. He sacado lo suficiente para un pan y un cartón de vino. Por hoy ya vale.
Mauro,levanta la vista para encontrarse con otra mirada tan vacía como la suya, tan triste como la suya, pero en la que ve vislumbrar un rayito de esperanza, un rayito de vida. Recoge las pocas pertenencias de su rinconcito y seguido por su fiel Pucho, toma la mano de ella y se pierden en la soledad y el frío de una calle cualquiera, con un supermercado cualquiera, en una ciudad cualquiera.


1 comentario:

  1. Adela Leonor Carabelli30 de noviembre de 2013, 11:54

    Me parece excelente... Esa caída hacia la realidad, la calle, y contar con la fidelidad de su perro, y con la aparición de alguien, que sufre lo mismo que él.

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