UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

domingo, 18 de mayo de 2014

REFLEXIONES DE UN MINUTO

Me gusta pararme y mirar el paisaje con detenimiento. Me da igual si es naturaleza, o la ciudad. Esta última depara sorpresas que nos pasan desapercibidas en el día a día cotidiano.. Cuando voy en el coche en esa hora en que las luces de las habitaciones empiezan a encenderse y paro en un semáforo me gusta mirar, no por curiosidad, y atisbar las lámparas encendidas, e imaginar la vida de sus moradores que seguro, no tiene nada que ver con la realidad. Son segundos de mini-historias humanas que se tejen en mi cabeza.
Lo mismo ocurre con los edificios. Observarlos. Fijarme en su decoración, si son antiguos, o en las terrazas profundas y acristaladas o entoldadas de los más actuales.
El último que observé durante breves minutos fue un edificio de primeros del siglo pasado. Sus balcones con balaustradas de `piedra tallada, un cierto barroquismo exento de funcionalidad pero que decora primorosamente la fachada. La puerta de gran altura, forma cuadrada, imponente y....tapiada. Lamentablemente la casa estaba vacía y preparada para su demolición. Tal vez la situación económica que estamos atravesando había impedido dicha acción.
Me quedé mirando cada balcón, los cristales atravesados por maderos en forma de equis, la fachada sucia, gris con algunas manchas verdosas, producidas por la humedad e imaginé la vida de sus habitantes. Imaginé escenas cotidianas, sueños hechos realidad y otros rotos, desencantos, felicidad, risas, lágrimas, esperanzas de momentos por vivir. Lucha diaria y trabajosa para poder conseguir la propiedad de ese trocito donde sentirse el amo y el capitán de una existencia donde el día a día proporcionara los deseos cumplidos, y después con la muerte el final de esa lucha pasando el testigo a los siguientes, si los había.
En este momento todo había terminado. El edificio mostraba el lado amargo, el abandono, la suciedad, el declive y la propia muerte a manos de unas mazas que lo derribarían para renacer, como Ave Fenix, en otro edificio más moderno y funcional. Enseñaba sin pudor alguno la argamasa de sus paredes, el desconchado de la pintura, los cristales rotos. En el fondo sentí pena. Pena por la lucha de sus moradores, pena por esas vidas que habían terminado y habían dejado la soledad anclada a esas paredes. Pena, porque en ese edificio veía claramente representada la vida en todos sus aspectos y ahora llegaba el final. El declive. La muerte. El final.

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