UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

miércoles, 9 de julio de 2014

YA TE LO ADVERTI

Te advertí que no era buena idea esa de volver al lugar del crimen. Nunca es buena idea volver a ningún lado donde solo vamos a encontrar, muerte, tristes recuerdos, humillaciones y violencia.
Te has empeñado y aquí estamos. Miras todo como si lo vieras por primera vez. Aún están las manchas de sangre en la cortina. No sé si las has visto, porque no haces más que ir de un lado para otro, Abres y cierras las puertas como si con eso fueras a cambiar el escenario. Ha pasado el tiempo y todo sigue igual. ¿Qué esperabas? Nadie ha vuelto por aquí. Y yo tampoco lo hubiera hecho si no te hubieras empeñado tú.
Se ha quedado extrañada la vecina cuando ha oído la llave en la puerta y ha abierto la suya para husmear, creo que ha pensado que eras un fantasma porque ha cerrado la puerta sin temor a que nos diéramos cuenta, por el portazo que ha dado.
¡No!, esa puerta no la abras. Detengo tu mano y lo impido. Tal vez esa sea la habitación más dolorosa.
Te vuelvo a mirar detenidamente y te pido por enésima vez que nos vayamos. Nada va a conseguir que el tiempo vaya hacia atrás. Que lo que sucedió esa noche no suceda. Pero eres terca, siempre lo has sido y no me queda más que aceptar que tú quieres mirar una y mil veces ese lugar. Suspiro y me hago a un lado. De momento sé que en esa habitación no vas a entrar, pero en el fondo también sé que al final lo harás.
Con manos temblorosas coges un marco de fotos que tiene el cristal roto. Las imágenes de la fotografía te llevan a otros momentos más felices. Sé que estás pensando. Hace tiempo que no veías esa foto. En concreto hace justamente hoy quince años que no la ves. Las caritas sonrientes de dos niños te devuelven la tuya, perdida y estrangulada por lo que sucedió, y de nuevo veo ese amago de sonrisa que te caldea el corazón. Lo estás pasando mal y yo eso ni he sabido, ni puedo evitarlo. Los estrechas contra tu corazón, como lo hacías antes y veo como tus ojos se llenan de lágrimas. Vas a conseguir que llore yo también.
Al final me doy por vencida.
Las emociones afloran y ya no puedo resistir más la tensión. Todo te habla de tus hijos, de los momentos felices que pasabais cuando él no estaba con vosotros, del miedo al oír las llaves en la puerta, cuando volvía a casa ya avanzada la noche. Los gritos, los golpes, el corazón desbocado por no saber en qué terminará esta vez la borrachera. Suspiras aliviada, arrinconada protegiendo a tus pequeños que han buscado tu refugio asustados por los gritos, cuando él se tiraba encima de la cama y vestido y calzado se quedaba dormido. Todo había pasado. Tranquilos, vamos a dormir, está cansado. Y salias de la habitación con los brazos magullados por los golpes. Acostabas otra vez a los niños y te ibas a la cocina a llorar tu desesperación, tu cobardía.
Ese día, llegó pronto y raramente sobrio. El corazón te dio un vuelco cuando entró en la cocina y acercándose a ti por la espalda, te entregó un ramo de flores. No sabías que hacer. ¿Qué estaba haciendo?, ¿Creía que con eso borraba todos los momentos anteriores?. Te volviste y dejaste las flores encima de la mesa. Los niños entraron alborotando en la cocina. Se volvió y les gritó que se fueran, que os dejaran solos. Siempre molestando. Tú seguías mirando fijamente la escena como si no estuvieras ahí, como si no fueras protagonista. Cogiste un cuchillo y lo escondiste a tu espalda. Los niños atemorizados se fueron a esconder como siempre en el cuarto de baño. Era la única habitación que tenía seguro. Ël se volvió y con una sonrisa irónica y ladina en los labios, se acercó a tí con la intención de cogerte por la cintura para besarte. No le diste tiempo, con un movimiento certero y con toda la fuerza que fuiste capaz se lo clavaste en el estómago. La sangre comenzó a manar y tambaleándose fue al salón, sentía como la vida se le iba yendo mientras tú sin pestañear lo mirabas fijamente. Se agarró a las cortinas y poco a poco, deslizándose, cayó al suelo.
Cogiste a tus hijos y saliste de casa como si nada hubiera pasado. Todo quedó como lo ves ahora.
El juez te acusó de asesinato. Veinte años de cárcel. Perdiste a tus hijos. Fue la peor parte de la condena.
Vuelvo a decírtelo, vayámonos. Aquí ya nada hay de lo que una vez pudo haber. Pones la mano en el pomo de la puerta y al final la abres. La infancia de tus hijos está ahí retenida y de golpe, quince años de ausencia, quince años de dolor, de adormecer los recuerdos y la mente, desaparecen para hacerte ver la realidad. Ya no están. La familia de su padre se los llevó. Al final consiguió arrebatártelos. Nuevamente las lágrimas nublan tus ojos. No puedo más. Te espero en la escalera mientras me fumo un cigarrillo.
El tiempo pasa y no sale ningún ruido de la casa. Extrañada vuelvo a entrar. La habitación está vacía, la ventana abierta y ni rastro de tí. El ruido de las sirenas me hacen ver lo que no quiero ver. Me asomo. Tu cuerpo ha quedado en la calle de una forma extraña. Te cubren con una sábana mientras llega la ambulancia. Los policías mantienen alejados a los curiosos.
Ya te lo dije, no era buena idea volver al lugar del crimen.

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