UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

martes, 1 de julio de 2014

ERASE UNA VEZ.

Erase una vez......
Erase una vez, una niña de corta edad, cabello rizado y una sonrisa en su pequeña boquita como solo las niñas de su edad tienen.
Una niña con  todo un mundo por descubrir, con la confianza de tener a su lado a quienes la guiarían en su descubrimiento. Un puerto seguro donde recabar cuando los vientos fueran desfavorables. Pronto pudo descubrir que los vientos son desfavorables muy a menudo.
La niña creció, siguió riendo, más veces llorando y los días fueron pasando entre realidades y sueños. Poco a poco, en su vida, el sueño tomó la posición de la realidad y empezó a vivir en su propio mundo. Un mundo paralelo donde ella era la protagonista de todo. Un mundo donde sus ilusiones se hacían realidad casi antes de pensarlas. Un mundo perfecto donde las carencias, de la clase que fueran, no existían.
Casi sin darse cuenta y entre risas y lágrimas, entre aciertos y errores, entre valentías y miedos, se fue convirtiendo en una linda jovencita. Ella pensaba que en un patito feo. Seguía viviendo en su mundo irreal de los sueños y eso la ayudaba a evitar los zarpazos que la vida le iba dando. Por el día vivía y reía. Por la noche, lloraba, lloraba y las propias lágrimas le cantaban la nana con la que al final, rendida, se dormía.
Los días pasaban, los años y esa tierna niña del comienzo se convirtió en una mujer, suave y delicada, en un sueño de azabache y algodón dulce. Se enamoró como solo ella podía hacerlo. Se enamoró del amor, pero no supo reconocerlo y le puso caras, caras diferentes que no llegaban a satisfacerla y ella fiel en su cuerpo, cambiaba en su mente y en su corazón buscando quién pudiera personificar eso que ella sentía. Siguió, mientras tanto, viviendo y riendo de día, llorando de noche.
Los años pasaron y fueron dejando su impronta. El destino puso en su camino los maestros necesarios para ir aprendiendo y ella fue creciendo en espíritu a la vez que iba menguando en el físico, pero en una cosa no cambiaba, seguía riendo y viviendo de día y llorando de noche. Parecía que sus lágrimas eran fabricadas durante las horas diurnas para salir a raudales al esconderse el sol.
Pero como toda en la vida, algo cambió en ella y entonces el mundo de los sueños que la había protegido se rompió y apareció la dura realidad, el sufrimiento, la soledad, el miedo y ahí estaba ella sin saber muy bien qué hacer en esta vida que tenía delante, detrás y a los costados. Suspiró y siguió hacia adelante, dejó que pasaran las horas y los días y todo lo iba solventando sin esfuerzo, o, eso parecía, porque en su vida si había un cambio sustancial y era que vivía y lloraba de día. En la noche moría.
Lástima que en este cuento inacabado, no haya un príncipe salvador, ni hadas, ni magos, ni buenos, ni malos.
Solamente una niña de rizos color azabache que se equivocó desde el comienzo y vivió una vida que no existía.
Cuando se quiso dar cuenta se abrió una puerta y salió sin decir adiós.
Colorín, colorado, este cuento......no ha acabado.

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