UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

miércoles, 3 de septiembre de 2014

EL TIEMPO PASA.

La mirada perdida en el horizonte. La mente en blanco. No pienso, solo respiro. El tiempo pasa inexorablemente, no puedo detenerlo. Pasa, simplemente, rozándome. Sé que en mi mi vida falta algo, pero no llego a concretar que es. Tampoco dejo que mi mente divague sobre ello, tiene una cierta tendencia aperderse en vericuetos inversímiles y a perderse en un mar de dudas, miedos y cosas raras. Solo quiero mirar sin ver, que es como cerrar los ojos y sentir que respiras, que tu cuerpo cumple todas sus funciones físicas, pero tu mente la has dejada en una especie de relajación forzada. El tiempo pasa. La luz del sol se ha apagado. La noche comienza hacerse reina del momento. Da lo mismo. No necesitas luz para hacer lo que estás haciendo, es decir, nada. Solo dejar que el tiempo pase. La mente sujeta, no vaya a liarla por querer irse por libre, ella solita.
El estómago me recuerda que hace un tiempo que anda parado. Vuelvo al presente, al ahora. El cielo oscuro, cuajado de estrellas, me recuerda otros momentos, otras conversaciones, algunas mantenidas cuando el sol brillaba en lo alto. Creo es la palabra la que me atrae esos recuerdos. Siento frío y me abrazo a mi misma. No tengo a nadie que lo haga. Aunque no quiero admitirlo, eso es una de las cosas de las que faltan en mi vida. En tiempos tenía gente a quien abrazar. No estoy muy segura si esa misma gente me abrazaba a mí. Siento que dí, pero que no recibí en la misma medida. Ahora eso ya no importa. El pasado son esos jirones de vida que forman los recuerdos, que por cierto, no son como esa realidad pasada fue en verdad. Dicen que los manipulamos. Seguro que sí.
Me levanto del escalón donde llevo sentada ya un largo tiempo. Noto las articulaciones entumecidas. Es noche cerrada y se oye algún grillo en la lejanía. Estamos al final del verano, las noches empiezan a ser frescas. Entro en la casa y la oscuridad me recibe. Solo estamos ella y yo. Me abraza y me estremezco. No me gusta esa oscuridad. Busco a tientas el interruptor de la luz y un haz cálido envuelve la habitación. Cierro la puerta y me dispongo a realizar las tareas cotidianas. Me preparo una frugal cena. Después encenderé el ordenador y me conectaré a las redes sociales para "cotillear" un poco lo que ocurre por el mundo. No me gustan los noticiarios, no me gustan como tratan lo más negativo sin resaltar nada lo poco o mucho de positivo que seguro, hay por  el mundo. Después, cuando desconecte, como todos los días, quizá sea un poco más consciente de la soledad que me envuelve. Miro el teléfono movil. No hay mensajes, ni llamadas no atendidas. No hay movimiento. Descuelgo el auricular del aparato que tengo encima de la mesa. El mensaje del contestador es el de todos los días: " No tiene mensajes". No hay nada.
El tiempo pasa, pero la soledad, la eterna soledad, se queda.


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