La vio sentada, con la mirada perdida en un punto distante, miraba sin ver. La sonrisa helada era más una mueca que el reflejo de un pensamiento dulce, armónico. La melena despeinada decía en silencio y sin palabras el tiempo pasado en el mismo sitio, con el mismo dolor, con la misma desolación. El vaso vació.
La música embriagaba sus sentidos, completando la que le producía el alcohol ingerido en una noche de locura, de desespero, del olvidar lo que no se deja olvidar.
El sonido del acordeón le llevo nuevamente a las calles de Montmartre, a las escaleras de pintura vieja, ajada, sucia, con escalones de madera desgastados por el tiempo y por el uso. A las risas claras y frescas como el agua del manantial. A la pasión revuelta con las sabanas que cubrían su cuerpo, su amado, su deseado cuerpo. Eses cuerpo que idolatró y por el que hubiera cometido mil locuras. Mil más de las que ya cometió.
La vio sentada en el otro extremo de la barra y la música del acordeón los envolvió. Nuevamente iba a cometer una locura. No le importó el recuerdo, el dolor, que le había hecho llegar hasta ahí .Todavía le quedaban novecientas noventa y nueve. Solamente la vio sentada y la amo.
http://www.youtube.com/watch?v=iKkVciKgOHE
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