UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA

UNA FORMA DE MIRAR LA VIDA
mirando a la vida

jueves, 12 de junio de 2014

ELVINA Y LA TORMENTA

El sol calentaba desde primeras horas de la mañana. El verano tardío había llegado trás unos días de fuertes tormentas. Las montañas estaban impregnadas de una nubes bajas, de vapor, que habían quedado colgadas en las ramas altas de los abetos. Según pasaran las horas desaparecerían.
Elvina, se levantó de la cama con indolencia, había pasado mala noche, últimamente casi todas las noches eran malas, los pensamientos se hacían dueños de su mente en el silencio nocturno. Como todos los días, se asomo a la ventana y miro el paisaje. Hacía tres años que había decidido irse a vivir al pueblo. Decía que no era una huida, pero en el fondo sabía perfectamente que sí lo era y que no iba a servir para nada, huir de uno mismo es muy difícil.
Como cada mañana, desayunó con calma, adecentó un poco la casa y se arregló para bajar abrir la pequeña tienda en la que vendía artículos artesanales confeccionados por ella misma, la abría todos los días de la semana, todas las semanas del mes, todos los meses del año. Bueno todos, no. Se guardaba para sí misma un mes, siempre el mismo mes. Un mes en el que, como los osos, invernaba y casi desaparecía de la vida social de esa pequeña comunidad. El mes en el que ponía su vida en orden.
La puerta de la pequeña tienda chirrió al empujarla para abrirla. El olor de la madera, mezclado con el de las varitas de incienso que le gustaba encender y el de los artículos expuestos la recibió con la cotidianidad de todos los días. Quitó las sobre ventanas de madera y el sol inundó el local con la calidez de los rayos veraniegos. No tardarían en entrar los primeros clientes. Encendió el aparato de música y los sonidos de las flautas llenaron el espacio. A su madurez había cambiado el mundo sofisticado de la ciudad por ese otro más natural y más acorde consigo misma.
En un lateral del local estaba la entrada a su pequeño taller, una cortina confeccionada con restos de telas de vivos colores y dibujos protegían la intimidad del habitáculo creador. Elvina, abrió el pequeño ventanuco para que el aire exterior limpiara el ambiente y se dispuso a terminar lo que el día anterior había dejado sin acabar. En esos momentos, su mente, siempre dispuesta a ir por libre, le permitía  centrarse en los pequeños objetos que ahora estaba confeccionando y que vendería como objetos de regalo, caprichos que los que entraban a su tienda adquirían bien para ellos mismos o para aquellos con los que querían tener un detalle.
A media mañana, las campanillas dispuestas en la puerta la alertaron de que alguien había entrado, con disimulo miró hacia la tienda a través de la cortina, era mejor dejar que miraran tranquilamente los objetos expuestos. No vio a nadie y se extrañó, quizá se arrepintieron y salieron antes de mirar. Salió a la tienda y miro a su alrededor, nada parecía diferente y sin embargo sintió una sensación rara, como si alguien la estuviera mirando, no era peligro lo que percibía, más bien todo lo contrario, pero eso no impidió que un escalofrío recorriera su espalda. Sera  mejor olvidar el incidente- pensó. Volvió a mirar la tienda y cuando iba a entrar al pequeño taller, una imagen familiar, reflejada en un espejo envejecido, colgado en la pared la dejó paralizada. Los recuerdos se agolparon en su mente y retrocedió siete años. Años de incertidumbre, de dudas, de preguntas sin respuestas, de sueños rotos, de ilusiones dejadas junto a un grupo de cartas amarillentas y fotos de rosas rojas. Miró instintivamente la pulsera de cristal de roca y azabache que colgaba de su muñeca y la acarició levemente. Se volvió y sus miradas se encontraron, silenciosas como ellos, el tiempo detenido en un mágico segundo. Sólo el latir de los corazones, acelerados por la sorpresa y los recuerdos parecían marcar el instante. Una voz infantil rompió el momento.
- Papa, te estamos esperando. ¿ Vas a comprar algo?
Definir la escena es difícil si no se ha amado hasta el delirio y se ha llorado hasta la extenuación. La magia se rompió, él miro al niño que lo tomaba de la mano y sin decir nada salió de la tienda. No era necesario comprar nada, sabía perfectamente que era el dueño de lo más preciado de todo lo que en el local había. El corazón de Elvina volvió a sangrar por una antigua cicatriz que creía ya cicatrizada.
El sol, había desaparecido tapado por un grupo de algodonosas nubes. En la lejanía se podían ver unos relámpagos que no tardarían en llegar con la nueva tormenta. Otra vez la tormenta. Otra vez las lágrimas mezcladas con el dolor de lo perdido. Otra vez seguir viviendo. Y, ¿ahora, qué?.
Elvina, bajo la mirada y dejo que las lágrimas asomaran a sus ojos. Entró en el pequeño taller y siguió con lo que había dejado empezado cuando sonaron las campanillas. El día ya no era el mismo de hace unos minutos. Un trueno rompió el silencio y un nuevo relámpago iluminó el espacio. Elvina dejó que la tormenta se apoderada de ella y de sus recuerdos.


2 comentarios:

  1. Adela Leonor Carabelli12 de junio de 2014, 7:30

    Qué bueno es, Pilar.....Qué bien escribes.

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  2. Gracias, Adela. Eres un corazón grande!!!!! y como no...grandes tus palabras.

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